martes, 18 de agosto de 2009

Gonzalo Arango (1931-1976)



"Desde nuestra aparición en el infierno de la sociedad colombiana, ha crecido una rosada ola de maldad en los espíritus (...) Hemos desertado nuestros amores, credos, fanatismos, esperanzas, recuerdos y felicidades, no por otros idealismos, sino a cambio de nada, o por una oceánica indiferencia.

Consideramos que ya era demasiado tarde para luchar, triunfar, pensar, amar, trascender y ser formales como seminaristas, porque vivimos tiempos de terror y muerte, y las estrellas del cielo han sido sustituidas por temibles signos anunciadores de guerras atómicas y aniquilamientos terrestres.

Nos convencimos que la vida era breve y que no había tiempo sino de vivir y no complicarnos con las causas de los humanistas y los redentores.
Entonces legitimamos una vez más el sentimiento de que era el hombre la pasión y el centro del universo, y consagramos nuestra vida a rendirnos una adoración limitante con la idolatría.

A partir de esta reivindicación de nuestras prodigiosas desilusiones, hemos emborrachado nuestros cuerpos hasta la locura.
Hemos crucificado nuestros sexos en las caderas de lolitas y proxenetas.
Hemos viajado en alguna dirección huyendo de nosotros mismos, sin rumbo, sin destino, porque el hombre no tiene sino sus dos pies, sus zapatos rotos, y un camino que no conduce a ninguna parte.

Hemos ido a reposar en los pinares nocturnos fuera de la ciudad agobiados por la angustia, la soledad y el aburrimiento...
Hemos hecho fogatas en la oscuridad, y asado en las brasas un recuerdo de amor, o un pedazo de ternera.
Nos hemos amado sin pasión bajo el fuego trepidante de las locomotoras, porque lo que verdaderamente amábamos no era digno de nosotros.
Nos hemos desvestido bajo el foco de bujías glaciales de luz y mirado nuestro sexo como un gusanito triste.
Nos masturbamos con sadismo y brutalidad y a ese acto solitario consagramos un amor puro y esquizofrénico..."

Fragmento del Manifieso Nadaísta

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