martes, 3 de marzo de 2009

Felipe Benítez Reyes (1960-)


LA PALABRA

La mano que reposa en la mano del amante,
jugando con la joya de algún aniversario.

Los tacones rojos de una puta vestida de rojo
por el pasillo de un hotel de alfombras rojas.

La adolescente que se pone los calcetines escoceses
en un almacén de bebidas,
sentada sobre un fardo de cartones, mirando su reloj,
contando unos billetes.

El jubilado que vuelve
a casa con un ramo
de rosas sin abrir -y medio siglo
vivido ya- con esa vieja
que cocina sin sal y apenas habla.

El cliente del peep-show, mirando
a través del cristal de la cabina
-como un caleidoscopio de quimeras y bragas-
el girar de unos cuerpos que sonríen.

El muchacho que entra en el bar de ambiente
con ojos de gacela lastimada.

El viajero que besa la foto familiar.

El viajero que desliza
por el mostrador la tarjeta
de crédito y se pierde
con la muchacha elegida por el laberinto de los reservados
bajo las luces especiales de un reino de peluche.

El que pronuncia un nombre, y no se duerme,
y abraza la almohada,

Los colegiales que se besan en los jardines del internado.

La separada joven que mira el teléfono,
rogándole que suene.

El señor atildado que detiene su coche en una esquina
y cierra un trato
con el chapero de las zapatillas de deporte.

El niño que busca el cuarto oscuro
para quedarse a solas con la gélida
imagen de una modelo de revistas de moda.

Contra nosotros mismos: lo que llamamos amor.

Y cada cual pronuncia esa palabra
con un secreto temor y una secreta demencia.




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DESDOBLAMIENTOS


Toda conciencia es
intermitente,
la fuga de una gota de mercurio,
un mecanismo
de reloj imperfecto,
de manera que puedo desearte
y olvidarte al segundo,
soñar que me asesinas
y sentir que me amparas,
pensar en otros cuerpos
que son siempre tu cuerpo
sin ser jamás el tuyo,
leer en otros labios
tu pura negación, lo que no eres,
para saber quién eres,
para no
saberlo bien del todo,
por respeto a tu enigma.


Toda conciencia es
un fluido sin norma,
de manera
que puedo ser de ti
o no ser nadie,
o ser incluso tú, para no ser
al instante siguiente
quien te dio lo que era.

Toda conciencia es
una borrosa luna amanecida,
de manera que puedo
ansiar lo que no ansío,
confundir los espejos con el tiempo,
herirte y aliviarte y luego herirme,
porque el dolor, si se desencadena,
siempre exige más cauce.

En esta contradicción,
en fin,
vayamos juntos,
sin negar, sin certeza,
con el mapa en la mano de la nada,
con la brújula rota de qué sueños,
con la humildad del viento fugitivo
cuando pasa
sobre el eterno mar y lo conmueve,
aunque luego se va y el mar se queda.

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